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GANADORES JAM LITERARIA C-66 ABRIL 2018

En esta ocasión el ganador o la ganadora de la Jam estuvo muy reñido y al final hubo un EMPATE por parte de Alfredo Coduras (izquierda) con el texto “Musgo salado” y de Marc Folch (derecha) con “Breve, que la vida es breve”. Ambos apostaron por la tragedia y ambos salieron vencedores. Y como es tradición en esta nuestra Jam, fueron los encargados de dar el relevo con el TEMA de la próxima edición: Alfredo puso el coitus, y Marc el disruptivus, con lo que tenemos... COITUS DISRUPTIVUS.

¡Alguien se anima?!!

 

BREVE, QUE LA VIDA ES BREVE - Marc Folch

Era fosca nit, entrada nit, quan sobrepassat de tuits, de whatsapps, de telegram, signal, instragram, facebook, mails, notícies d’última hora... donava volts per uns carrerons. Uns carrerons que m’eren familiars, però que la meva ment afartada d’informacions i notificacions era incapaç de reconèixer. El meu deambular borrós pel laberint urbà es va interrompre al sentir una aspra veu:

- Breve, que la vida es breve.

Aquell barboteig destil·lat l’emetia una descuida criatura que emergia d’un tonell florit mentre sostenia un gran got plàstic que regalimava un líquid enganxós, calimocho.

Breve, que la vida es breve,

un minúsculo suspiro,

un arrugado papiro.

Breve, que la vida es breve,

un inquieto parpadeo,

un incoherente paseo.

Breve, que la vida es breve,

un quejido doloroso,

un titubeo anisoso.

Breve, que la vida es breve,

una alegría pasajera,

un cotilleo de portera.

Breve, que la vida es breve,

un sostenido tromento,

un sofocado lamento.

Breve, que...

Aquella lletania prenyada de cinisme amb van sacsejar, va despertar-me de l’estupor. Aquell estrany ésser tenia una nua raó, la vida és breu. Massa breu per viure-la a través d’una petita pantalla que fa uns anys m’havien implantat a la butxaca del pantaló. Massa breu, també, per seguir escoltant aquell torrent de verborrea dirigida no gaire més enllà de l’espès aire que l’envoltava. Fins i tot massa breu per obcecar-me amb la assenyat interrogant sobre què feia en Diògenes en un racó de la Barcelona del s. XXI i com és que el seu grec arcaic sonava com un dubtós castellà del siglo de oro. Així doncs, me’n vaig anar amb la meva vida.

Breve, que la vida es breve,

siendo pues lo único cierto

en este esteril desierto.

 

MUSGO SALADO - Alfredo Coduras

Amaro Fuencarral no tenía prácticamente recuerdos en tierra firme. La imagen de tormentas con marejadilla y vientos fuerza 8, azotándole frenéticos la cara, o calmas chichas en medio del mar, en medio de la nada más absoluta rodeando el barco de neblinas y donde, hasta hacía daño escuchar la propia respiración por no romper aquel silencio, dominaban sus pensamientos.

La noticia le pilló faenando con el Pez Espada, en el Estrecho de Magallanes, a ochocientas millas de su casa. El barco de su padrastro con toda la tripulación -Amigos y conocidos todos- se había hundido tras parase el motor en medio de una tormenta. Después de tres días abandonaban la búsqueda. Otro tributo que se llevaba la mar, otros cuerpos que acogía en su fondo ya para siempre.

Aunque era su padrastro había sido como un padre para él, pues no tuvo otro, y Amaro Fuencarral sintió la pérdida de ese segundo padre, entregado también al mar, como algo ya quizás insoportable para él. El día que se encontró con todos los pescadores de la Cofradía en Cala Sebastiana, tenía la decisión ya muy meditada. Cala Sebastiana era la playita de su niñez, donde reposaban las barcas sobre la arena al volver de faenar. Donde se bebía Ron o se comía el Caldero en los descansos entre salida y salida. Tanto en verano como en invierno.

Cuando Amaro tenía quince años su padre le dijo:

-Hijo, ya es hora de que te embarques tú también.

Y desde entonces, como hiciera también su abuelo, había continuado la estirpe marinera de la familia, porque le había tocado.

Pero hoy era diferente.

Cuando los cuerpos de los amigos están retenidos por la mar, un extraño sortilegio se ha de dar para que, a falta de sepultura, no caigan nunca en el olvido. Y se habla de ellos. Se bebe y se habla de ellos hasta que su efigie es ya una más, sentada en la mesa con ellos, entonando canciones que hablan del recuerdo de la tierra y de cómo les ha ganado el mar. Hombres que conviven durante meses en el reducido espacio de un barco pesquero, reunidos en Cala Sebastiana para no olvidar

Y Amaro cantó con fuerza esa noche, canciones que hablaban de bosques y tierra mojada. Canciones donde cien autos avanzaban por anchos caminos hacia ciudades inventadas, donde se mezclaba anónimamente entre la gente.

Y Amaro Fuencarral sintió que se escapaba algo entre las yemas de los dedos, y cerró las manos, y alzó los puños y gritó hasta quedarse sin voz. Y vio a su padrastro, que sentado junto a él, le pedía perdón llorando.

Amaro había cumplido en su vida. Su mujer le dio dos hijos, -que tuvo que alimentar aguantando tormentas- cuando había que tener mujer e hijos y nunca les faltó ni ropa ni alimentos, pero Amaro Fuencarral nunca les pediría que se embarcaran. Allí terminaba la saga de pescadores. Con él se calmaba el mar. Y dejó que las sombras se fueran a su sepultura en el fondo del mar. Y aún tomó otras dos copas  antes de comenzar a andar. Y alejándose de Cala Sebastiana comprendió, con una última mirada, que tardaría mucho tiempo en regresar.

Amaro Fuencarral anduvo muchos kilómetros. Se compró una guitarra grande y comenzó a vomitarle canciones al mar. Por unas monedas, por la voluntad. Y llegó un día a una ciudad que le gustó. Y se instaló en la confluencia de las calles Sol y Pez. Y por las noches regresaba a la pensión con algunas monedas que guardaba en un cajón.

Amaro había sentido un día que la vida es breve y ya no regresó nunca a la mar. Por las noches añoraba Cala Sebastiana, y dormía acompañado por las siluetas de sus ancestros, mojados aún con las gotas saladas del agua del fondo del mar. Y al lado de la cama dormía también su guitarra a la que había llamado como su mujer.

Y Amaro Fuencarral soñaba ya con árboles, con valles, y con ríos, de los que van a desembocar al mar.