Noticias

GANADORA JAM LITERARIA C-66 MARZO 2018

 

 

 

Texto ganador de Celia González en la Jam  Literaria del 23 de marzo de 2018

 

PROFUNDO Y SINIESTRO

Soy el retrete de la marisquería Pérez, y estas son mis últimas reflexiones:

Ya hace más de cinco años que el señor Pérez se jubiló y cerró el local dejándome solo y desamparado. Colocó el cartel de "se traspasa" y hasta el día de hoy, debe ser por eso que dicen de la crisis, no ha encontrado comprador. Cinco años más solo que la una, sin que nadie tirara de la cadena y con la garganta más seca que un obrero de la construcción un viernes noche antes de su primera cerveza. Albergaba la esperanza de que el nuevo dueño siguiera necesitando mis servicios, pero por lo que he oído, estoy pasado de moda. Ahora, todos los retretes cargan con una mochila y un interruptor que escupe agua al pulsarlo. Lo de tirar de la cadena ha quedado obsoleto. Hoy comienzan las reformas y sé que mi derrumbe es inminente. Desde aquí escucho las máquinas arrasando tabiques y mobiliario. Dicen que somos material desechable.

 

¡Qué poco se valora la madurez y la experiencia en esta sociedad! ¡Con lo que yo he llegado a aguantar! Y que me digan a mí que un inodoro de esos modernos sabe engullir los atascos de papel higiénico en hora punta mejor que yo. Mis tragaderas son mucho  más anchas y puedo estar sin beber muchas más horas. 

Cuando se me estropeaba la cadena, bastaba con que el señor Pérez se subiera sobre mi tapadera y enganchara la bolita al alambre, y solucionado. Pero con estos jóvenes de hoy en día de engranaje tan sofisticado, ya se sabe: en seguida llaman al fontanero y cogen la baja. 

Si soy sincero, ya no me importa que me arrasen y pasar a ser un puñado de escombros. Estos últimos cinco años inutilizado han acabado con la poca salud que me quedaba, dejándome secuelas irreversibles. Además, no me puedo quejar, he tenido una buena vida para ser retrete. Conozco los secretos más íntimos ¡de tanta gente!, o, dicho de otro modo, ¡he visto tantos culos!

Cuando veía entrar a alguien por la puerta, ya sabía de antemano el trato que me iba a dar: si me iba a tratar con respeto y si me iba a dejar igual de limpio que me había encontrado, o, si iba a ignorar a mi inseparable compañera la escobilla, dejándome con el peor de los alientos. Si venía a llorar porque le había dejado el novio, a retocarse el maquillaje o a empolvarse la nariz con esa especie de talco distribuido en líneas sobre mi tapadera. O cuando entraban los dúos de amigas a hacerse compañía, cosa que nunca he entendido, y a contarse los secretos.

Los que siempre me han caído mejor son los bebedores de cerveza, que venían a visitarme cada veinte minutos, más o menos, no me ensuciaban mucho, y en verano era bastante gratificante que me regaran con frecuencia.

Los que peor, sin duda, los políticos, que con esos atracones de comida que se daban, me provocaban un malestar digestivo horrible. Dicho sea de paso, los niños nunca han sido santo de mi devoción, y menos después de que uno tirara un objeto que estaba a su alcance para ver cómo reaccionaba, dejándome fuera de servicio durante varios días. Por no hablar de las jóvenes de pelo engominado, que impunemente tiraban sus enredos a mis fauces sin tener en cuenta  los picores de garganta que me ocasionarían. El ser humano es tan incívico que, hasta yo, que acarreo con todos sus desechos y no soy precisamente lo que se dice refinado, me daba cuenta de ello.

He oído que en la marisquería Pérez habrá dos lavabos, uno para hombres y otro para mujeres, por separado. Yo, que siempre fui bisexual,  que acogía en mi seno a cualquiera que me necesitara sin distinción de raza, sexo o condición social, veo como esta nueva generación de jóvenes retrógrados y de derechas,  están volviendo a lo tradicional: a casarse vírgenes y a adinerarse explotando al prójimo, también sin distinción de sexo, raza, aunque no de condición social. No saben cómo agradezco no pasar por la jubilación. La paga no me alcanzaría ni para renovar las escobillas.

Los nuevos servicios estarán situados en la parte central del bar, ¡menudo privilegio!  Pues que sepan que eso sí me duele. Si algo he detestado durante toda mi vida ha sido mi ubicación siendo yo tan tolerante y liberal. Mi última voluntad es que, si vuelvo a reencarnarme en retrete, tenga el mismo trato que esos niños pijos, porque sí, yo me considero siniestro y profundo, pero eso no es motivo para que me hayan condenado toda la vida a estar al fondo, olvidado por todos y mucho menos a la derecha.